Hay momentos en la vida en que se ha de tomar una decisión. No se trata de si quieres ir al teatro o al cine, playa o montaña, rojo o negro. Son decisiones que probablemente afectarán al resto de tu vida. A veces no hay dudas: antes de cumplir los 40 años decidí separarme de mi marido y cambiar de trabajo. No habían dudas de ningún tipo, estaba al borde del colapso nervioso, hice lo que tenía que hacer, y fué lo mejor que podía haber hecho. Me sentí liberada y en paz conmmigo misma como hacía años no me sentía, me quité dos pesos de encima que me estaban ahogando.
Ahora, 3 años más tarde, a puntito de los 43 (queda una semana....) he tenido que tomar otra decisión importante. pero esta vez no ha sido tan claro, ni tan fácil, ni tan liberador. Pero tenía que tomarla, tenía que hacer algo para sentirme en paz conmigo misma, y, aunque ha sido una decisión muy meditada, no ha sido tomada con la cabeza, sino con el corazón, renunciando a algo importante en mi vida, por su bien, por el mío.
Porque podíamos haber seguido así infinitamente, ignorando las dudas, retrasando decisiones, pero la muerte de un amigo me hizo pensar que no somos eternos, que la vida puede ser muy corta, y que hemos de ser valientes para afrontar lo que nos traiga, pero que no vale la pena complicárnosla a propósito, bastante complicada es ya ella solita. Porque las relaciones han de ser transparentes, porque no puede haber una sombra de duda que las enturbie, porque era casi perfecta.